domingo, 2 de octubre de 2011

Sobre “Todo” de Rafael Spregelburd: ¿es todo un negocio?


Para su función de despedida asistimos a la obra “Todo” de Rafael Spregelburd, escrita en comisión del Teatro Schaubühne de Berlín, para un festival con una temática concreta: el derrumbe de las ideologías, celebrado en conmemoración de la caída del muro. Tal como la pudimos  apreciar, consideramos que la obra acierta en abrir el cuestionamiento sobre el papel de las ideologías en el mundo contemporáneo, no sólo en su entidad discursiva, sino en su papel como soporte del modus operandi cotidiano. 
Pese a la inevitable tentación de comparar sus partes, y contrastar el tono paródico en las dos primeras, con el salto al tono casi melodramático en la última, el espectador acompaña la propuesta teatral de manera activa. Entre la multiplicidad de sus sentidos la obra está atravesada por una imagen muy sugestiva: la disipación de una entelequia (dinero, edificio institucional, libros) por causa del fuego. Este elemento esencialmente natural que representa el paso trascendental del estado “primitivo” del hombre a su ser “civilizado”, funciona como elemento que crea tensión en contraste con la vivencia cotidiana. Mismo sentido se crea frente al “eso” que muerde a Rubén en el primero cuadro. Es como si en medio de la domesticación-burocratización que ha hecho el hombre de su entorno natural estuviese siempre presente, amenazante, el potencial elemento fulminante del todo: el llamado liberador del instinto natural. Así mismo la recurrencia a la superstición, la llamada de la fe, como polo irracional de la vivencia humana, se presenta como una respuesta inevitable, casi necesaria, se afianza en toda la magnificente respuesta que ofrece ante la vulnerabilidad de la existencia humana. 
En este mismo sentido juega la concepción sobre los objetos, los cuales como creación auténticamente humana, son recreados mímicamente por los actores, dentro de una clara manifestación propia de la poética de la obra: al ser objetos fruto de la burocracia, hallan su sentido como entidades abstractas mediadoras de las relaciones del hombre en la organización social actual. 
Las proyecciones, presentes en todos los cuadros, en la primera y segunda parte jugaban más a crear un diálogo con lo narrado y la representación de los actores. Su búsqueda era apoyar ambos discursos desde el mismo tono paródico. Sin embargo funcionaban más como guiño al público para asegurar el momento cómico. En la tercera parte la proyección dialogaba de mejor manera como discurso paralelo a la representación, acompañando de manera simbólica la escena, al enlazar la historia bíblica con la familiar. 
Sólo una pregunta ronda casi imperceptible sobre el sentido general de la pieza: su título, que funciona paradójicamente a su estructura fragmentada. En este sentido cabe la pregunta sobre la decisión del dramaturgo de señalar un cierto tinte generalizador sobre tres temas tan concretos como la burocracia, el negocio y la superstición. ¿Temor a parecer crítico en su toma de posición claramente manifiesta en una obra escrita “por encargo”, en claro distanciamiento de su postura como creador? ¿Demasiado mensaje contenido en la pieza como para concretarlo en un título particular? 
Sin embargo, Spregelburd logra dar la vuelta a esta condición constrictiva de la creación, pues la obra está atravesada en su eje dramático por su propia génesis, particularmente en el segundo cuadro “¿Por qué todo arte deviene negocio?”, en donde la acción central culmina en la conversación telefónica entre Fano y un inversionista con respecto al valor de una obra suya a pedido, y en donde el dinero es, simultaneamente, parte y culminación de ese proceso artístico. 
La obra termina siendo así un metadiscurso ideológico de la obra en sí misma, ya que  el dinero se constituye como un objeto desdoblado, en parte como elemento simbólico dentro de toda la obra, y a su vez como génesis - inversión alentadora y hasta cierto punto fin económico de la obra artística en sí.